Escrito
III. Lic. Patricia G. Ramos
Sueño-Pesadilla-Realidad.
“El enorme
reloj de ébano dio las doce. Una esbelta figura envuelta en una mortaja
descubría la nada que la máscara mantenía oculta. Con movimiento preciso se
agachó y tomó del suelo un puñal y con paso decidido caminó hacia mi . Me
despierto. “
Edgar me
miró con curiosidad y con ademán ansioso me pidió que le contara el sueño.
“Ese día
había trascurrido como tantos en estos tiempos de encierro. No había novedades
en la vida diaria y el tiempo dependía de los los vaivenes del ánimo. Esa noche
tuve un sueño.
Próspero
era un príncipe divertido, fuerte y estrafalario. Eran tiempos de peste. Las
personas morían en un abrir y cerrar de ojos corroídos sus cuerpos por el
maldito contagio.
Próspero
eligió a un puñado de cortesanos, bufones y bailarines y decidió encerrarse en
uno de sus castillos. Hizo levantar el puente que lo separaba del exterior y soldó
las cerraduras de los altos portones para evitar cualquier contagio.
Había
acondicionado un ala del castillo con siete habitaciones decoradas de siete
colores distintos. Los ventanales llevaban sus vidrios del color de cada recámara.
En la naranja eran naranja.Los de la violeta, verde, amarilla, azul y
púrpura seguían el mismo patrón. La séptima era la habitación negra. Terciopelos
de tela colgaban de sus paredes, también pintadas de negro. En ella los vidrios
de sus amplios ventanales eran color escarlata. En una de sus paredes colgaba
un reloj de ébano.
Ninguna de
las habitaciones tenía otra luz que la que entraba por sus ventanales. Solo por
el largo pasillo por el que se ingresaba a ellas, podían verse lámparas de aceite
que con sus llamas se inmiscuían en el interior de las mismas.
Un día Próspero
decidió hacer una grandiosa fiesta de máscaras. Las había de todo tipo, las siniestras,
desopilantes y fantásticas. Al compás de los músicos las máscaras danzaban,
desplazando sus cuerpos deformados por las luces, por los distintos recintos. Cuando
el reloj sonaba, los músicos dejaban de tocar, los bailarines de bailar y un
escalofrío corría por sus cuerpos. Cuando se detenía el ruido sordo y metálico
del reloj, volvían los músicos a tocar, los bailarines a bailar acompañados de lujuria
y vino.
En la
danza, los cuerpos sufrían impensadas transformaciones. Las máscaras se
tornaban siniestras.
Cuando el
reloj dió las doce, los bailarines dejaron su danza, los músicos sus
instrumentos, poseídos por inquietantes pensamientos. En ese momento una
máscara, nunca vista, envuelta en una túnica oscura manchada de sangre, caminó
hacia Próspero con paso decidido. Cualquier
buen observador hubiera visto acercarse a un espectro
Próspero,
indignado ante el intruso que se atrevía a pasearse sin invitación, pidió que
se lo desenmascarase. Los cortesanos aterrorizados no pudieron cumplir el
pedido. Próspero tomó su puñal y con
paso firme se dirigió hacia la máscara. Antes de caer sin vida descubrió a la
muerte que la misma ocultaba.”
Luego de un
largo silencio, Edgar se llevó las manos a la cabeza y me dijo - ¿ de quién es este sueño, tuyo o
mio?. Y continúo -Tú sabrás de mi afección al delirio y al alcohol.
Una noche,
pasada de amargura mi alma, terminé enredado en una pelea callejera. A la
mañana siguiente me encontré tendido en mi cama, ensangrentado y con un puñal
en la mano. Con los restos de sobriedad, escribí “La máscara de la muerte rojo”.
Los
periódicos de ese día anunciaban la muerte de un alcalde en las inmediaciones
de un bodegón de los suburbios.
Cada noche
vuelvo al lugar y veo mis manos bañadas en sangre Esa pesadilla cambió mi
realidad para siempre.
Con actitud
angustiada, ví a Edgar perderse en el tiempo.
Basado en el cuento "La mascara de la muerte roja (1842) Edgar Allan Poe